Llueve y en mi ventana veo verde. Un pajarito se asoma y no se deja tomar la foto. Abro el playlist y suena Chopin... Me pregunto qué habrá sentido este señor para componer tal música. Un éxtasis directo a los sentidos... una droga ancestral que enciende los sentimientos hasta del mismo diablo.
Un piano que va y viene y yo con él. Una mano fantasma que se desliza con sus dedos delgados y largos, perfectos de un pianista. Un hombre loco de cabellos largos y sueltos...le caen por las orejas y cuando le da tiempo, que es poco, se pasa el cabello por detrás.
Opus, Opus, Vals, Polonesa, Estudio, Preludios, Scherzos, Mazurcas... Van, vienen y mi mente da vueltas. Va, viene y retorna; unas veces me relaja, otras me exaspera; había olvidado quien era Chopin. Olvidé su rostro, sus manos, sus movimientos. Lo abandoné por mucho tiempo. Regresó. El Chopin de mis sueños, el que imagino arrastrando sentimientos en piano, cerebro y razón.
Su Romanticismo me lleva a la angustia, al suicidio inminente, pasión, odio, al amor sin final feliz, al extremo de todo. Sus matices, su pureza, su riqueza. Su aire de misterio romántico, melódico, me hace sentir que estoy en una tragedia griega de la nada...
Me llega al mismo esternón del alma.
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